sábado, 14 de septiembre de 2013

"Sin Mundial otra vez"

"Sin Mundial otra vez", rotuló en primera página el matutino diario 16 ironizando que "otra vez el hincha peruano tendrá que vestir la camiseta de Brasil, Argentina, Alemania o cualquier otra selección en el próximo Mundial".
"Después de 31 años de fracasos en eliminatorias, ya deberíamos estar acostumbrados, ahora sólo queda pensar en Rusia 2018", indicó.

El diario El Comercio tituló en portada "Perú se despide de Brasil 2014", e indicó que el equipo dirigido por el técnico uruguayo Sergio Markarián "sentenció su eliminación por séptima vez de un Mundial" luego de caer derrotado ante Venezuela en el estadio José Anzoátegui.
"Venezuela lo puso contra el césped con fuerza para que sienta la realidad de estar abajo. Le ganó a Perú para que nos abracemos, pero en señal de duelo de no estar en un Mundial", comentó el diario.
"Matemáticamente eliminados del Mundial", anota en titular el diario Perú 21 señalando que la selección inca "sepultó su ilusión de llegar a un Mundial y acabó sin gloria la eliminatoria".
"El técnico no tiene la culpa de nada. Nosotros somos los responsables. Es una pena no haber logrado lo que queríamos", dijo Juan Manuel Vargas.
Por su parte, el diario deportivo Líbero rotuló "Dimos vergüenza", señalando que plantel bicolor "consumó su eliminación, luego de un proceso caracterizado por un técnico sin autoridad, quién se apoyó en algunos jugadores indisciplinados y faltos de actitud".
"Pusimos todo para lograr el triunfo, pero nos vamos con una derrota que duele y mucho porque marca nuestra despedida anticipada del Mundial", indicó el arquero Raúl Fernández.
El técnico Sergio Markarián confirmó que el sueño de su equipo de clasificar al Mundial se esfumó luego de la derrota con la selección venezolana."Quiero agradecerle a los jugadores por el esfuerzo, lamentablemente el sueño se esfumó", dijo Markarián que finalizará su contrato en octubre tras el partido ante Bolivia.


¿Estudiar o trabajar?

Un colega me comentó que dos accionistas mayoritarios de grupos importantes de empresas, uno situado en América Latina y el otro en Estados Unidos, habían conversado acerca de la educación de sus hijos. El del Norte le aconsejó al del Sur que no los hiciera cursar la universidad. En su opinión, dada la posición económica de ambos, la universidad no era tan conveniente para sus hijos como lo era para quienes habrían de buscar empleo al momento de graduarse.
“Lo que necesitan es trabajar desde jóvenes y adquirir la mayor experiencia posible”. El latinoamericano había estado de acuerdo. Sus hijos trabajaban en las empresas familiares y recibían clases particulares dictadas por distinguidos profesores.
Un artículo publicado a mediados de 2012 en The New York Times titulado Drop Out, Start Up informó acerca de las becas Thiel ─Thiel fellowships─ para menores de 20 años, de dos años de duración, por medio de las cuales cada uno de los 20 jóvenes seleccionados anualmente habría de recibir US$100,000 y comprometerse a no cursar un college por espacio de dos años. Las becas habían sido creadas en 2011 por Peter Thiel, uno de los fundadores de Pay Pal e inversor de Silicon Valley.
El artículo señalaba que “Thiel cree que más jóvenes deberían estar ocupados en la búsqueda de nuevas tecnologías que en perder tiempo y dinero en el college”. […].
Thiel se basa en el folklore de Silicon Valley donde las cafeterías están llenas de CEOs que hasta hace poco eran teenagers y donde ser alguien que hubiese abandonado la universidad se convierte en algo así como una medalla de honor ─que alguna vez lucieran las más grandes luminarias de la tecnología, incluyendo a Steve Jobs y Bill Gates así como M. Zuckerberg” (y también, por ejemplo, Michael Dell).
Estos párrafos ilustran situaciones en las cuales la universidad no es el único camino abierto a los jóvenes que buscan alcanzar un futuro promisorio.
El primer caso resalta la necesidad de prepararse para manejar una fortuna familiar; el segundo, la oportunidad de encaminarse en ciertas especialidades técnicas sin un título universitario y sin necesidad de endeudarse, y con la posibilidad de transformarse en un innovador o empresario millonario. Claro que no cualquiera pertenece al primer grupo, y no son tantos los que se animan a seguir el segundo camino.
En los últimos años se puso de moda en distintos círculos de los Estados Unidos, la discusión acerca de la conveniencia o utilidad de una licenciatura. Discusión en la que se destacaron dos importantes venture capitalists, ambos egresados universitarios, uno de los cuales fue el mencionado Thiel.
Los argumentos que se invocaban no eran nuevos, pero se hacía en forma más intensa: los costos de cursar una licenciatura habían aumentado más de la cuenta; la conveniencia de cursarla estaba plagada de incertidumbre, y la educación era menos exigente.
Quienes sostenían lo contrario decían que las becas Thiel conformaban una idea desagradable y narcisista que retardaría el desarrollo intelectual de los becarios, y que lo único que hacían era dirigir hacia la acumulación de riqueza cualquier energía altruista que estos tuvieran. Otra opinión decía que alejaba a los jóvenes tanto del amor al conocimiento per se como del respeto a los valores de la clase media.
Desde un punto de vista más “práctico,” se señalaba que “los graduados de los colleges estaban más orientados a una carrera.
Cursar una carrera significaba que los estudiantes tomaban un compromiso real con su futuro. Cobrar un sueldo no era lo único que buscaban”. ¿Usted, lector, qué opina?

"¡CHOLOS DE MIERDA!"

RACISMO: Veamos. Si, al dirigirme a una persona con rasgos andinos, le digo "Cholo de mierda!", ¿estoy incurriendo en racismo? Y si la persona a quien me dirijo tiene las características físicas de Fujimori y, por ello, se me ocurre lanzarle un "chino de mierda!", ¿qué estoy haciendo, también racismo? Y si frente a mí apareciera Karl, el marido de la cantante "Flor de Huaraz", y yo le espetara, inmisericorde, el "gringo de mierda!", ¿qué estaría haciendo, igualmente racismo? Evidentemente, ni en el primero ni en el segundo y tampoco en el tercer caso hay racismo. El decir "cholo", "chino" o "gringo" es solo una manera de tratar, que se ha convertido en un uso familiar muy común y que -asumámoslo ya- carece de connotación ofensiva. La agresión se da cuando, como en los ejemplos, nos atrevemos -con ensañamiento, alevosía y mala fe- a sumar una calificación grosera e inadmisible, como esta: "...de mierda". Hace algún tiempo escuché a la directora de una ONG que manifestaba su fastidio porque al referirse a una muchacha afrodescendiente, la gente acostumbraba decir, por ejemplo, "la morena Raquel". "Por qué tienen que decir "morena", refunfuñaba. ¿También eso es racismo? En otras palabras: soy negro, pero no me digan negro; soy chino, pero no me lo recuerden; soy cholo, pero si me lo dicen, me insultan. Yo creo que, en realidad, lo que pasa con el vocablo "cholo" no es tanto la rabia -infundada, por cierto- frente a lo que se considera una reprobable muestra de racismo en quienes la emplean para dirigirse a un peruano de origen serrano. No. Lo que ocurre es que, así como casi nadie quisiera apellidarse Quispe (y sé de casos en que han llegado a efectuarse cambios de apellido!), muchos no aceptan que se les llame cholos, sienten vergüenza. Así de simple. Hay todavía -a pesar de Magaly Solier y otras buenas voluntades- un resquemor frente a todo lo andino, a todo lo quechua. Se ha avanzado bastante, sin embargo, pero falta mucho. Y, no podemos negarlo: una de las personas que, en el tema específico de la expresión "cholo", ha ayudado a que sea asumida con orgullo, ha sido Alejandro Toledo. Hay quienes afirman (obviamente en alusión a la etapa de la esclavitud) que "negro" es signo de oprobio. Negro es un color, simple y llanamente un color. Si yo fuera negro y considerara que realmente es "signo de oprobio", con justa razón sentiría rabia y vergüenza y probablemente querría, como hizo Michael Jackson: despigmentarme la piel; es decir, curaría el "oprobio" con una medicina oprobiante. El problema, pues, no está en el uso original, remoto, que pudo habérsele dado a tal o cual término, sino en el prejuicio con que actualmente queramos emplearlo o entenderlo. Hace algunas décadas hubo en Norteamérica un movimiento (el “Black Power”, ¿lo recuerdan?) que buscaba acabar con la vergüenza racial y difundieron, como slogan, una frase significativa: "Black is pretty" (Lo negro es bello). De eso se trata: de asumir nuestros rasgos y nuestra identidad, repito, con orgullo y dignidad. Cuando estemos seguros de que nuestros rasgos físicos, nuestros apellidos, el tonito al hablar, el pueblito humilde donde hemos nacido, la manera de vestirse de nuestros padres, la lengua que nos legaron nuestros ancestros, no son, para nosotros, motivo de vergüenza, sino alimento de nuestra dignidad, a partir de ese momento podremos estar seguros de que, por fin, comenzó a hacerse realidad la inclusión social. Cuando las personas, cualquiera sea su extracción social o étnica, no se sientan vulnerables ni pretendan ni acepten ser envueltas en una cápsula hermética, sabremos que todos somos iguales. Mientras haya quienes, en nombre del respeto y la inclusión, las traten como a minusválidos, con el "pétalo de una rosa", nada bueno se habrá ganado. Inclusión no es sinónimo de sobreprotección. Si algo de bueno tiene el vals que cantaba Abanto Morales, es su título: "Cholo soy, y no me compadezcas!"