A muchos latinoamericanos les sorprende que “serrano” sea insulto en el Perú. En México, Colombia, Chile, Ecuador o Bolivia, esa palabra simplemente tiene una connotación geográfica, como decir “costeño” o “sureño”.
En el Perú, se asocia a la sierra con pobreza y atraso. En Lima, la migración andina de los años cuarenta fue recibida con desprecio y, todavía, se emplea el término “invasión” para descalificar la presencia de la población indígena.
Sin embargo, en realidad, el término no tiene una connotación estrictamente geográfica: nadie hubiera llamado “serrana” a la apurimeña Chabuca Granda, pero sí se emplea para insultar a muchas personas de rasgos andinos nacidas en Lima. Su uso como insulto refleja así el racismo existente en nuestra sociedad.
Además, a diferencia de “cholo“, que puede tener una connotación positiva en ámbitos familiares o amicales, “serrano” tiene siempre una carga despectiva. Se emplea para humillar al otro en una discusión, para afianzar una relación jerárquica frente a quien parece inferior socialmente.
Por eso, no fue tan raro que lo empleara una chica que quiere colarse en el Metropolitano, frente a un policía que se lo impedía. La misma expresión usó hace unos años la actriz Andrea Montenegro, cuando fue detenida por dos policías, luego de chocar, manejando ebria. En Miraflores, cada vez que los serenos intervienen frente a una evidente infracción (estacionarse en un lugar prohibido, tener la música a alto volumen, pasear al perro sin cadena), se arriesgan a sufrir insultos racistas por parte de los responsables. Para aquellos peruanos que consideran que abusar de los demás es algo normal, reaccionar de manera racista es un mecanismo para imponerse sobre el otro, así sea este una autoridad.
El término “serrano” ha llegado a ser tan interiorizado como insulto que mucha gente de la sierra lo usa para discriminar a quien tiene rasgos, vestimenta o apellido andino. Es triste comprobar que el racismo es una ideología victoriosa, porque es ejercido por las propias víctimas. Con frecuencia, al dar una charla en Huancayo, Cusco o Arequipa, coloco un cartel que dice “Bienvenidos serranos” y los participantes reaccionan ofendidos, como si estuvieran siendo insultados.
La interiorización es tan fuerte que, cuando una persona de rasgos andinos lanza una frase racista, otros comentan “¿Y tú acaso eres blanco?”, como si las personas blancas tuvieran derecho a discriminar o fuera natural la discriminación.
¿Cómo debería reaccionar una persona cuando en medio de un conflicto surge un insulto racista? Lo importante es ser consciente que el racista pretende paralizar a su víctima y bloquear una posible respuesta, lo cual, normalmente, evidencia que no tiene la razón. La víctima debe ser consciente que el recurso a la injuria racista es en el fondo una confesión de que el agresor estaba en falta. Hay que reaccionar con cabeza fría para resolver el problema de fondo y advertirle que siendo racista, solamente va a complicar su situación. Probablemente, el racista esté tan convencido de las jerarquías étnicas que ni piense en pedir disculpas, pero se puede sentir intimidado y darse cuenta de que sus insultos no consiguen lo que querían. Eso sí, denunciar estos hechos ante las autoridades, los medios de comunicación o las redes sociales es una mejor forma de enfrentarlos que guardar silencio.